lunes, 3 de septiembre de 2007

NO CONFUNDAMOS LAS CREENCIAS

Aunque la mayor parte de nosotros no poseemos recuerdos conscientes de nuestras vidas pasadas, no sólo estamos viviendo los efectos de todo lo que hemos causado en aquellas vidas, sino que son precisamente aquellas mismas causas las que nos hacen nacer desiguales.
No debemos confundir la creencia de que “todos los humanos han sido creados iguales” con el pensamiento de que “todos los humanos nacen iguales”. Sabemos perfectamente que un bebé nacido con un defecto de nacimiento, probablemente no tendrá el mismo estilo de vida, ni disfrutará de las mismas experiencias que otro bebé nacido en el campo. Mientras que sabemos que el concepto de que todos los humanos son creados iguales es correcto en la medida en que se refiere al ser humano como una entidad con alma en su creación original, lo que ese mismo hombre haga con dicha igualdad a partir del momento en que se empiece a moverse en la vida, es algo que depende por completo de su libre albedrío. Naturalmente aquello que haga con su voluntad determinará también los niveles que alcanzará su alma, así como cuando los alcanzará.
Dos individuos diferentes, confrontados con los mismos acontecimientos o circunstancias, se comportan de modo diferente; uno echa a correr, alejándose del acontecimiento, mientras que el otro se enfrenta a él hasta el máximo de sus posibilidades kármicas. El primer individuo tendrá que volver a repetir el acontecimiento una y otra vez mientras que el segundo se hallará preparado para avanzar hacia el aprendizaje de nuevas lecciones. A medida que transcurren los días, convirtiéndose en meses, años y vidas enteras, el segundo individuo irá alcanzando niveles de karma cada vez más elevados y con mayor rapidez, mientras que el primer individuo es muy fácil que se tenga que enfrentar con las mismas lecciones kármicas, básicas y elementales, durante una eternidad de períodos de vida.
Se tiene que visualizar uno mismo como si fuera un niño en la escuela al principio del curso. Todos los niños empiezan con libros nuevos, ropas nuevas, lápices bien afilados y pupitres nuevos. Todos ellos acuden a clase de un modo aparentemente igual; todos ellos proceden del año anterior, algunos de los estudiantes habrán roto las libretas, perdido las carpetas y no habrán hecho los deberes en casa, mientras que otros habrán decidido hacer proyectos extras mediante los cuales obtendrán conocimientos nuevos y superiores durante el curso actual.
Una vez terminado el año se vuelve a repetir la misma historia. Como quiera que los estudiantes no fueron iguales al principio, tampoco lo serán al final. El maestro que contemple la clase con objetividad, observará los diferentes niveles alcanzados por cada uno de ellos. El inicio de curso escolar se parece mucho al principio de la vida: siempre desigual al principio, y siempre lleno con diferentes lecciones futuras para cada uno de los individuos.
Lo que es bueno para uno, no tiene que ser necesariamente bueno para otro. A medida que tus propios ojos observan los fértiles valles del patio del vecino, Dios sonríe y dice: “Ah pero a ti te tengo reservado algo mejor, aunque no lo encontrarás si tratas de dominar las lecciones reservadas a tu vecino”.
A pesar de que todos vivimos bajo la misma ley kármica, cada uno de nosotros nos encontramos encaramados a un peldaño distinto de la escalera que conduce a la perfección.
Cada peldaño es una fase de crecimiento diferente, la más importante de las cuales, es precisamente la que estamos a punto de abordar. Pero siempre estará en consonancia con los peldaños que ya hemos subido y que nos han permitido llegar a la altura de la escalera en que nos encontramos ahora. Cada uno de los peldaños dejados atrás es una encarnación pasada, y en cada vida que vivimos nos estamos asegurando de que todas las partes de la escalera que están bajo nosotros, son firmes y sólidas. Es mucho más arriesgado subir por una escalera temblorosa, que esforzarse en los peldaños inferiores para asegurarlos.

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